viernes, 22 de febrero de 2013

EL REY BARAJA YA LA ABDICACIÓN

Sin movilidad y sin popularidad, tocado en su percepción pública por su relación con Corinna Sayn-Wittegenstein y ahora también por su aireada -aunque no probada- intervención para proporcionar la presidencia de la Fundación Laureus a su yerno , don Juan Carlos ya es permeable a asumir una próxima abdicación, siempre en una coyuntura más distendida que le permita lo que, sin duda, merece: dejar la Jefatura del Estado con la vitola de haber sido el mejor Rey de la historia de España.

Porque ya su permanencia al frente de la institución de la Corona ha traspasado el umbral de la optimización de la monarquía de tal forma que la proclamación de don Felipe produciría una regeneración institucional completa con un efecto dominó en todo el sistema, ahora muy renqueante.

El 4 de enero de este año, don Juan Carlos fue sincero, pero demasiado optimista, con su entrevistador, Jesús Hermida. Al borde los 75 años, el Rey confesó al periodista que se encontraba “en buena forma, con energía y, sobre todo, con ilusión para seguir adelante”. No era del todo cierto porque el jefe del Estado, ilusiones al margen, no se había recuperado aún de la segunda operación de cadera y presentaba un aspecto poco saludable.

 De ahí que, con previsión dinástica, se refiriese a su hijo, el Príncipe de Asturias, de manera muy intencionada y enfática: “Como hijo es una bendición del cielo y una persona encantadora, y como hombre es de una gran honestidad intelectual, muy preparado, muy trabajador y luego es muy leal, muy leal sobre todo a mí.” Y añadió: “Yo diría que de los Príncipes de Asturias de la historia de España (…) es el mejor preparado de los que ha habido hasta ahora. O sea, que podemos tener confianza, seguridad y, sobre todo, sabemos que tenemos ahí a alguien bien preparado”.

El día anterior a la emisión de la entrevista, el diario El Mundo publicó la cuarta toma de una encuesta sobre la “radiografía de la Corona”. Según el estudio demoscópico, la monarquía seguía recabando un apoyo mayoritario (53,8%), pero el respaldo al Rey había caído un 26% desde sondeos anteriores en tanto la consideración del heredero aumentaba notablemente. No obstante, una ligera mayoría de los consultados (el 44,7% frente al 40%) no era partidaria de la abdicación de don Juan Carlos aunque sí, arrolladoramente, de reformar la Constitución para evitar la prevalencia del varón en la sucesión, y un contundente porcentaje deseaba que la modificación de la Carta Magna se hiciese de inmediato.

Este cuadro de situación se completó el día 6 de enero. El diario El País apostaba claramente por la continuidad de don Juan Carlos. En un análisis demoscópico de Juan José Toharia, sociólogo y presidente de Metroscopia, se cifraba el apoyo a la gestión del Rey en el 58%, si bien tras una caída muy abrupta (del 78% al 52%) después del accidente en el viaje cinegético a Botsuana. No obstante, el diario subrayaba en un titular a cinco columnas que “El Rey afronta su mayor reto desde el 23-F” en relación con el llamado caso Urdangarín y “el error” de la cacería de elefantes de abril del pasado año. 

Aunque tanto el mensaje navideño del Monarca como su entrevista -necesariamente envarada- emitida por TVE el día 4 de enero, víspera de su cumpleaños, fueron hitos criticados por insuficientes en explicaciones sobre los acontecimientos que afectaban a la Familia Real y, pese también a que la Casa del Rey eludía el radio de acción de la Ley de Transparencia, y a pesar de los sorprendentes contactos familiares durante la Navidad pasada con su yerno y su hija la infanta Cristina, la idea de la abdicación de don Juan Carlos parecía descartarse. Toda la estrategia de sus colaboradores se enfocaba en controlar el desarrollo de la instrucción penal sobre los comportamientos por los que Iñaki Urdangarín está imputado en Palma de Mallorca. 

Se trataba de resistir el envite de Diego Torres, que tanto por esparcir responsabilidades como por intentar una cierta disuasión judicial, parecía dispuesto a utilizar toda la artillería (en forma de e-mails) no sólo contra Urdangarín, sino también contra la infanta Cristina -no imputada en la causa y tampoco llamada como testigo en la misma- y, acaso, contra la propia Casa del Rey y el mismo jefe del Estado.

Las peores expectativas se cumplieron el 11 de enero pasado. El diario  El Mundo publicó en primera página y a cinco columnas una fotografía sin otra firma que dos mayúsculas (D.R.) en la que aparecía el Rey flanqueado por los duques de Palma y la coloquialmente denominada princesa Corinna Sayn-Wittgenstein, instantánea tomada en 2006 en Barcelona durante la entrega de los premios Laureus World Sports. Aunque el titular del periódico parecía tratar de defender al Monarca (“Torres chantajea al Rey ligando a Corinna con el caso Urdangarín”), en realidad con esa imagen emergía el que ya se conoce como caso Laureus, que explicitó Diego Torres el pasado sábado en el juzgado de instrucción de Palma. Según el socio de Urdagarín, este, de acuerdo con Corinna -y esta a su vez con el conocimiento del Rey, según ella afirma (“He mandado copia a tu suegro y con esta propuesta se disipará cualquier duda”)- trataba de instalarse en la presidencia de esa fundación con un sueldo “aproximado” de 250.000 euros.

Esta relación de Urdangarín-Corinna y, eventualmente, del Rey nada tiene que ver con el caso Nóos, que sigue siendo una pieza separada del caso Palma Arena. Sin embargo, tanto el juez instructor como el fiscal admitieron los e-mails de Torres sobre el caso Laureus, le preguntaron  sobre ellos y, en última instancia, los difundieron. El Rey, así, salía tocado porque, además de darse carta de naturaleza a su relación con Corinna, se habría demostrado que trataba de favorecer a su yerno. En el entorno de la Zarzuela cuesta comprender cómo tanto el juez como el fiscal no discriminaron este asunto del que están instruyendo, ajeno a la fundación Laureus. En esos ámbitos se destaca la desprotección a la figura del Rey que, de alguna medida, correspondería al Gobierno del que depende jerárquicamente el fiscal general del Estado. 

De por medio han acontecido sucesos que comprometen más aún la situación del Monarca. 

De una parte, la imputación de oficio en la causa de Urdangarín del asesor personal y secretario de las Infantas, que formaba parte del patronato del Instituto Nóos, Carlos García Revenga, quien declarará mañana; la retirada del nombre de los duques de Palma de una de las ramblas de la capital isleña, luego de que Urdangarín firmase un e-mail como el duque EmPALMAdo y un empeoramiento de la salud de don Juan Carlos a propósito de una muy seria hernia discal de la que será operado el próximo día 3 de marzo, con riesgo de que temporal o definitivamente pierda la movilidad de sus piernas y tenga que desplazarse en silla de ruedas. La nueva intervención quirúrgica ha obligado a suspender la visita prevista del Rey a Marruecos.

Mientras tanto, el Príncipe de Asturias se ha mantenido a una muy perceptible distancia de todos estos acontecimientos, llegando a protagonizar un robado que publicó la revista ¡Hola! el 13 de febrero pasado. Don Felipe y doña Letizia caminaban entrelazados en una fría noche de febrero por el Madrid antiguo, cenaban en un restaurante frente al Palacio Real y regresaban a su domicilio en su propio vehículo depositado previamente en un parking público de la zona. Para que las circunstancias terminasen de aliarse a favor de dar paso al Príncipe al frente de la Jefatura del Estado, el pasado 30 de enero don Felipe cumplió 45 años, los mismos que el ya próximo rey de Holanda, Guillermo de Orange, que sucederá en abril a su abdicada madre, Beatriz, que al cumplir los 75 abandona el trono con el tratamiento de Princesa de los Países Bajos, tal y como lo hiciera su madre y su abuela. En esa onda, el diario El País dedicó el pasado 27 de enero la portada de su dominical y un amplio reportaje a don Felipe bajo el título de “El tiempo del Príncipe”.

Todo el relato preparado, según el cual era mejor que el Rey continuase al frente del timón del Estado para que su hijo asumiera la Corona en mejor situación a la actual, ha variado de forma notable. Don Juan Carlos está directamente concernido por el caso Laureus, vinculado sicológicamente al caso Nóos, su salud está seriamente resentida, su movilidad  limitada y su popularidad, de nuevo, lesionada. La tremenda pitada con la que recibió al Monarca el Buesa Arena de Vitoria con motivo de la final de Copa de baloncesto sería un ejemplo; otro, las hirientes invectivas de Eva Hache en la gala de los Goyas el pasado domingo en el auditorio Príncipe Felipe, retransmitidas por TVE. La reclamación de abdicación del Rey por parte del primer secretario del PSC, lanzada el pasado miércoles, sintomática, ha sido hábilmente rechazada por el PSOE porque existe el pacto tácito entre las fuerzas políticas de que la renuncia del Rey debe producirse sin que medien “presiones ni ruidos”.

Esta opción se plantea ya como hipótesis muy verosímil, según fuentes cercanas a la Casa del Rey, que hasta hace poco tiempo la descartaban. Sobre el Monarca pesa, además, la amargura de comprobar que su yerno no ha hecho una declaración pública que le deje al margen de sus manejos y la decepción de que la infanta Cristina no haya dado un paso que sirviese de cortafuegos a la institución. Además, la ruptura con la Reina es irreversible. Se espera que mañana en su declaración judicial, Urdangarín insista ante el juez en dejar al Rey al margen de sus manejos en el Instituto Nóos.  

Quizás para que ese legado sea posible y, prestando un servicio más al Estado y a la nación, don Juan Carlos dé un paso atrás y entregue el testigo de su magistratura “al Príncipe de Asturias más preparado de la historia de España”Miembros de diversos grupos parlamentarios consultados restan ahora importancia al hecho de que el Rey carezca de un marco normativo en el que amparar su abdicación (tal y como prevé el no desarrollado artículo 57 de la Constitución) y determinar su estatuto personal e institucional después de su renuncia. Según estas fuentes, una breve ley orgánica -remitida a las Cortes como proyecto de ley o, de modo consensuado, como proposición de ley- se aprobaría por el procedimiento de urgencia y sin mayores problemas siempre que el Monarca comunique inequívocamente al presidente del Gobierno, del Congreso y del Senado, su intención de abdicar. La renuncia se produciría por motivos de salud -que resultarían, además visibles- y daría paso a una nueva etapa en la que la Corona adquiriría la continuidad que ahora podría no estar garantizada. Condición necesaria: que el sistema se ponga manos a la obra y arrope a una Jefatura del Estado sin poder efectivo y desregulada.  

Los acontecimientos, lejos de paliar la difícil situación familiar e institucional del Rey, y salvo imprevistos favorables que nadie espera, tienden a que la abdicación se haya convertido en una salida que, injusta quizás para un Rey de las hechuras de don Juan Carlos, serviría para que no se repitiera la historia de Isabel II y Alfonso XIII. Por lo demás, tampoco se espera que la actitud de Urdangarín tenga ya virtualidad -tampoco el de la Infanta- para alterar el signo de estos graves acontecimientos, pese a que el enjuiciamiento del yerno de don Juan Carlos en la Audiencia Provincial de Palma no se prevea hasta dentro de un año y medio. Para entonces, el Rey habrá ya abdicado en su hijo.

Este, según dijo en la entrevista de TVE el 4 de enero, desea ser recordado por la historia como el Monarca que “ha unido a todos los españoles y que con ellos ha conseguido recuperar la democracia y la monarquía”. Quizás para que ese legado sea posible y, prestando un servicio más al Estado y a la nación, don Juan Carlos dé un paso atrás y entregue el testigo de su magistratura “al Príncipe de Asturias más preparado de la historia de España”. Comenzaría así una etapa de profundas reformas políticas de las que la Corona podría volver a comportarse como una fuerza tractora.

Antonio Zarzalejos
 

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